02 octubre 2006

Cuento sobre BUSTER KEATON



          Salía por regla general Keaton padre vestido de distinguido mayordomo y su sketch consistía en adecenar un comedor rompiendo la mayor cantidad de jarrones y floreros. Pero lo gracioso de la historia comenzaba cuando barría los cristales valiéndose de Keaton hijo, transformado en niño escobillón.

Keaton hijo se llamaba Buster Keaton, tenía cuatro años, llevaba puesta una peluca en forma de felpudo y sabía comportarse con la dignidad de un palo. Al final el padre lo arrojaba al rincón de los plumeros y Buster, lo tirara como lo tirara, inevitablemente caía parado.

A los cuatro años barría el escenario boca abajo y a los treinta subido a una locomotora en plena Guerra de Secesión, hizo una película -El maquinista de la General- que lo incluiría para siempre en las enciclopedias de cine y en el palco avant-scene de tu corazón. Trepado a la locomotora de su vida,

Keaton, iba y venía en plena guerra sin tener la menor idea de lo que hacía, pero con un objetivo entre ceja y ceja: ganar el amor de una mujer que se llamaba Annabella.




          Poco tiempo después, con la llegada del sonido, Keaton solo pudo sobrevivir en base a whisky y circo. Al cumplirse 100 años de su nacimiento -en Pickway, EEUU- cursás un pedido formal a Ferrocarriles Argentinos para que durante 24 horas vuelva a poner algún tren en movimiento.


Como no obtenés respuesta te dirigís resueltamente a lo que queda del Mitre, y en el cristal más percudido que encontrás, dibujás con el dedo un corazón y en el medio escribís el nombre de Annabella.


Por Daniel Salzano.

Relato extraído de Los días contados (1996)



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